Poner las manos en la tierra hace bien
y quiero compartirlo

Betarraga es un proyecto de Paula Colombini.

Betarraga nació como proceso y propuesta para compartir.

Betarraga es mi forma de de vivir.

“Betarraga es mi forma de comunicar conectando la experiencia de la huerta con una manera de vivir. Juntos vamos a sentir como el meter las manos en la tierra, el sentarnos en la naturaleza, el oler y ver verde puede ayudarnos a mejorar.”

Poner las manos en la tierra,
tocar materiales sustentables.
Conocer, experimentar, compartir.

Enraizarnos.

Las propuestas de Betarraga:

Cursos, talleres y workshops

Capacitaciones presenciales y online, donde Paula Colombini comparte su experiencia y su pasión por la huerta, el compostaje y las plantas nativas. Me interesa

Boxes

Son cajas que contienen productos amigables con el ambiente, elaborados por productores locales que conectan sus pasiones y emprendimientos de forma sustentable.
Boxes de ediciones limitadas que se pueden adquirir a través de la tienda con envíos a todo el país. Conocé la tienda

Soy Paula Colombini

La chica de la huerta

Cuando era chica, alrededor de los 12 años, mientras mi familia estaba en la sobremesa después de comer a la noche, yo decía: “chau, me voy a pensar”. Me veía entrando a un lugar mientras todos se giraban para mirarme.

No tengo idea que quiero ser, pero si me imagino como quiero vivir, esa era mi respuesta a la pregunta, ¿qué queres ser de grande “?

Decidí transformar mi vida, y comencé a recorrer un camino de más de 10 años buscando esa transformación. Me senté a pensar (nuevamente como lo hacía a los 12 años) pero esta vez, la mirada volvió hacia mí, navegué por mi interior y me encontré sembrando, germinando, cosechando.

A los 19 años comencé la facultad; y en forma paralela llegaron mis primeros trabajos, dos comerciales. Casi como una premonición mi futuro adulto comenzaba a armarse muy similar a lo que había proyectado. Recibía la atención y las miradas que había imaginado. Estaba construyendo la profesión que quería, con miradas y con viajes, Tokio, Paris, Milán, New York.

Pero, a los 32 años, comencé a sentirme incómoda; empecé a no reconocerme, ni en mi voz, ni en mi imagen. Empecé a darme cuenta que no sentía admiración genuina por lo que hacía.

La huerta es el lugar, donde junto a las plantas, finalmente me encontré siendo yo más que nunca.

De a poco empecé a reconocerme en mi imagen y mi voz. Me encontré admirando la belleza de lo genuino, me encontré queriendo lo que soy, lo que siento, de lo que estoy hecha.

Ahora entiendo que todo aquello para lo que creí haber nacido no tiene nada que ver con una carrera profesional larga y exitosa dedicada a la mirada del otro.

“Se trata de lo extraordinario de animarme a buscar mi propio camino, las veces que sea necesario.”

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