Cuando era chica, alrededor de los 12 años, mientras mi familia estaba en la sobremesa después de comer a la noche, yo decía: chau, me voy a pensar.
Me sentaba en el sillón y mientras todos continuaban con la charla, imaginando, yo construía mi futuro. Me veía entrando a un lugar mientras todos giraban para mirarme.
Continuó el tiempo (pasaron dos, tres años) y apareció la pregunta obligada del secundario, ¿qué querés ser? Yo respondía: no tengo idea qué quiero ser, pero sí me imagino cómo quiero vivir… Me gustaría que pregunten, ¿dónde está Paula?, y que la respuesta sea: Paula está de viaje en tal o cual lugar. En la intimidad de mi casa, le confesaba a mamá que no había nacido para tener una vida pautada, de colegio, facultad, matrimonio e hijos, que había nacido para otra cosa…mamá pensó que iba a sufrir mucho…
A los 19 años comencé la facultad, y en forma paralela llegaron mis primeros trabajos profesionales, filmé mis primeros dos comerciales para la TV. Casi como una premonición, mi futuro adulto comenzaba a armarse muy similar a lo que yo había proyectado: recibía la atención y las miradas que había imaginado de todos aquellos que trabajaban en el set de filmación y del público que finalmente vería mis comerciales. Estaba construyendo la profesión que quería, con miradas ajenas y viajes alrededor del mundo, porque esa pregunta ¿dónde está Paula?, mis padres comenzaron a responderla: Paula está en Tokio, Paula está en París, Paula está en New York. Finalmente, esa niña de Floresta que nunca se había subido a un avión, a la que nadie le había dicho que podía destacarse por su aspecto físico, estaba armando el camino como se lo había imaginado.
Me estaba construyendo como quería, como lo había pensado, con reconocimiento profesional e independencia económica.
Pensaba que en el reconocimiento del otro estaba el éxito, pensaba que en la satisfacción económica estaba el logro de todos mis objetivos, pensaba que si me desarrollaba en esa profesión de manera ascendente durante toda mi vida iba a encontrar la felicidad.
Pero a los 32 años comencé a sentirme incómoda, comencé a no reconocerme ni en mi voz ni en mi imagen. Empecé a darme cuenta que no sentía admiración genuina por lo que hacía, muy pocas situaciones que vivía despertaban mi interés, así que empecé a indagar nuevamente dentro mío en busca de aquello que sí me interesara.
Pero en este querer reacomodarme tenía 35 años, y se supone que este es el momento de la vida donde todo tiene que estar armado. Y si bien, había viajado por el mundo gracias a mi trabajo y ya era mamá de Matilde, que ya tenía 8 años, tomé la decisión de volver a mi interior. Como a los 12 años, empecé a plantearme cómo quería seguir.
Decidí transformar mi vida en muchos aspectos, comencé a recorrer un camino de más de 10 años buscando esa transformación. En lo profesional, llevé adelante varios emprendimientos, decidí trabajar como actriz, como conductora. Desarrollé un negocio de ropa, y hasta cree mi propia marca de ropa. En lo personal, transité varias relaciones amorosas y algunas no tanto… Me divorcié, crié con trabas y en soledad a mi hija. Terminé de aceptar con mucho dolor y angustia, que mis padres y mi hermano se mudaran a vivir a España y ya no viviesen en Argentina.
Puedo afirmar que en ese tiempo muchos proyectos que encaré no salieron como hubiese querido, desde aquella mirada exitosa puesta en el otro, sustentada en proyectos ascendentes, que deben perdurar en el tiempo. Seguramente, ni mis emprendimientos ni mis vínculos resultaron socialmente eficaces, provechosos o perfectamente logrados. Pero sí puedo decir que todo lo transité como quería, con ganas, orgullosa y llena de respeto por mí.
En definitiva, ahora lo entiendo, esto es parte de la vida: TRANSITAR.
Porque creo, que de proyecto en proyecto, de resultado en resultado, (provechoso o no) vamos acercándonos a la muerte, y sin ningún fatalismo, espero que el último aliento me encuentre bien consciente, y poder RESPIRAR MI CAMINO.
La llegada de la pandemia (¡una PANDEMIA!) me encuentra en mis 10 años de búsqueda, y como un bebe asustado en el útero de su mamá que le bajan los latidos del corazón, me quedé en silencio, quieta.
Decidí sentarme a pensar (de nuevo, como lo hacía a los 12 años) pero esta vez, la mirada volvió hacia mí. Quería ser honesta, animarme a dejar ir, permitirme desear, querer distinto.
Analicé qué recursos había construido durante mi vida, navegué por mi interior y me encontré sembrando, germinando y cosechando, literal y metafóricamente. Había tenido una huerta durante varias temporadas, muchos años atrás, así que decidí colonizar una pequeña parte del jardín de la casa de mi novio (debo decir que sin planearlo él y yo estábamos encarando lo que resultó ser una muy dulce convivencia). Ahí ¡disfruté! Viendo nacer vida, encontré estabilidad en medio de tanta incertidumbre. Sabía que si sembraba una semilla de tomate de ahí iba a cosechar un tomate, esto tan obvio me llenó de calma, la misma calma que me da cuidarlas, esperarlas y ver cómo completan sus ciclos. En la huerta y el jardín siento que me convertí en dependiente de lo que mi ADN conocía desde siempre, y junto al trabajo, conseguía algo tan elemental como el alimento.
Amé querer a otro ser vivo que no fuera un humano, respetar y entender sus tiempos, lo que llamo una ESPERA EN MOVIMIENTO,tal vez todavía no lo podamos entender, pero su inteligencia y sensibilidad son inconmensurables, ¡se cuidan entre ellas!
La huerta es el lugar, donde junto a las plantas, finalmente me encontré siendo yo más que nunca.
De a poco empecé a reconocerme en mi imagen y en mi voz. Me encontré admirando la belleza de lo genuino. Me encontré queriendo lo que soy, lo que siento, de lo que estoy hecha.
Ahora entiendo que todo aquello para lo que creí haber nacido no tiene nada que ver con una carrera profesional ascendente, larga y exitosa dedicada a la mirada del otro. Se trata de lo extraordinario de animarme a buscar mi propio camino, las veces que sea necesario.